jueves, 5 de agosto de 2010

Hypnotic Eye - Snuff Films: El Séptimo Arte de la Crueldad (Segunda Parte)



Los años setenta fueron la década de oro para la cinematografía de explotación. La industria se agitaba con una rabia inusitada, invadiendo las salas con títulos de toda calidad y especie.

El porno se imponía mostrando certificado de legalidad y no podía quedar detrás en el próspero negocio; los gustos de la audiencia eran ahora de lo más variado y retorcido, había que complacer el apetito cinéfago con todo tipo de deformidades y perversiones ópticas. Directores y productores en el negocio del X comenzaron a escarbar en el submundo de las tendencias sexuales más extremas y bizarras, intentando satisfacer, sin defraudar, las calenturientas fantasías de un público fiel, pero insaciable.

La calle 42 de New York se transformó en el paraíso de los voyeurs y onanistas cinéfilos. Fue entonces, en medio de aquella fiebre, que comenzó a crecer con inusitada fuerza el rumor de la existencia de las malditas snuff movies. La comunidad cinematográfica de explotación proclamaba desesperadamente por una. Para tirar más leña al fuego, el New York Times afirmaba en un artículo que un film de estas características había entrado a Estados Unidos desde Sudamérica. La noticia movilizó aún más el interés de los distribuidores, y en especial de un tal Alan Shackelton, director de la distribuidora Monarch Releasing, quien aprovechó para hacerse con los derechos de una oscura película filmada en Argentina para el mercado de explotación norteamericano, titulada “Slaughter”, dirigida por un tal Michael Findlay, conocido director de sexplotaition, y producida por su esposa, Roberta. Findlay había intervenido como asistente, productor y director en infames títulos del género terrorífico, tales como “Invasion of The Blood Farmers”, y dirigiendo la tristemente célebre “Shriek of the Mutilated” (1974).

El origen de la cinta es tan oscuro y sospechoso como lo sería la carrera cinematográfica del matrimonio Findlay. La espesa nebulosa de confusos datos que rodean la producción del film apunta a que fue rodado en Argentina como parte de un pack de sexplotaitions que los Findlay habían pensado filmar en escenarios sudamericanos, donde encontrarían flamante materia prima para llevar a cabo sus rancios propósitos. La locación finalmente elegida donde se filmaría gran parte de una de las películas más infames y embusteras de la historia cinematográfica, sería una isla del Tigre (¡?). Décadas después de su realización, cuando el film ya había traspasado la delgada barrera que separa a un ignoto y olvidado bodrio, transformándolo en objeto “de culto”, algún memorioso periodista, meticuloso recopilador de pecados y miserias del ambiente cinematográfico vernáculo, osó preguntarle a algunos de los actores y actrices involucrados en aquella oscura producción si recordaban pormenores de su participación en la misma. Inmediatamente, una amnesia repentina se apoderó de sus mentes. Aunque es también muy probable que nunca supieran en qué terminó “aquella película que unos norteamericanos vinieron a filmar a la Argentina…”, sobre todo teniendo en cuenta que los Findlay adicionaron metraje a “Slaughter” antes de su estreno, para ser retitulada “Snuff”.
El argumento es acorde al furor post Manson, del que ya se venía apropiando la industria cinematográfica: una pareja de una actriz y un director de películas eróticas deciden viajar a Sudamérica a filmar su nueva producción. Una vez instalados en la locación, son sorprendidos y acosados por un culto satánico de pandilleros que transforma la inicial jornada de filmación en una carnicería homicida. La ineptitud y las desprolijidades en el manejo de las cámaras, fallidos encuadres, errores de secuencia y de continuidad y un desfasado sonido en directo, se convirtieron en puntos a favor a la hora de sembrar la duda en la audiencia sobre el origen clandestino de la cinta y acerca de su veracidad como auténtico snuff. La escena crucial y final, donde ultiman y mutilan a la joven víctima frente a las cámaras se verá aún más dramática y angustiante cuando la proyección se corta repentinamente, dando el efecto de correr la cinta por el proyector, a punto de terminar. Este abrupto final, coronado por la falta de créditos, ayuda a acentuar que se trata de una filmación clandestina.
Al momento de ser estrenada Snuff se convirtió en un éxito inmediato, producto de encendidas polémicas y rumores, lo cual confirmaba que se había logrado el objetivo deseado: convencer, tras una hábil maniobra publicitaria, que se acababa de estrenar un auténtico snuff film. Desde el afiche promocional, esas intenciones quedaban más que claras: “La película que sólo pudo ser hecha en Sudamérica… donde la vida es barata”, advertía el póster, hoy objeto preciado por coleccionistas de todo el mundo. Durante las primeras semanas de exhibición en New York Snuff recaudó más que Atrapado sin Salida.

Aún así, las mieles del éxito no volverían a ser degustadas por el matrimonio Findlay durante el curso de su despareja carrera. Snuff se llevaría los laureles, sin posibilidad de retorno. El destino, en una suerte de macabra paradoja, pondría al desafortunado Michael Findlay como protagonista de un horrendo y cinematográfico final; estando en la azotea del edificio de Panam, mientras probaba las virtudes de una cámara 3D, junto a un helicóptero en funcionamiento, es decapitado (¡?). Vale mencionar que el director había sido asistente en este tipo de efecto en el film Flesh for Frankenstein, algo menos riesgoso, si se puede considerar eso de trabajar con Andy Warhol. Roberta Findlay no pudo filmar la espectacular despedida gore de su marido, así que decidió seguir adelante sola en la industria cinematográfica poniendo el cuerpo (literalmente). Comenzó a actuar como actriz porno, para luego pasar a la dirección. En 1988 volvería al género terrorífico con un tibio film gore, titulado “Prime Evil”. A pesar del fraude que significó Snuff, la cinta sigue ocupando el privilegiado podio de haber sido la pionera en esta suerte de improbable e incombustible mito o leyenda urbana cinematográfica que son los snuff films. En este sentido, hay quienes no opinan lo mismo, y otorgan el liderazgo de haber sido la primera en haber tocado el tema del snuff a un oscuro film de un ignoto director, llamado Roger Michael Watkins, sugestivamente titulada “The Cuck Koo Clocks of Hell”, si bien fue conocida en los circuitos grindhouse como “The Last House on Dead End Street”.

Por esos caprichos comerciales, en los que nada juega a favor del talento artístico, la película fue estrenada un año después que Snuff, aunque en realidad fue rodada varios años antes, entre 1972 y 1973. Problemas de distribución y trabas legales llevaron a retrasar su estreno hasta 1977. El cambio de título también tuvo que ver con una jugarreta comercial, para que fuera relacionado como explotación de un clásico seminal del horror de los 70’s, The las House on The Left (1972, Wes Craven). La película tampoco se salvó de un severo recorte en su metraje original; de 175 minutos se la llevó a los 77 de la versión comercialmente conocida. En pocas palabras, un film mal parido desde su génesis, pero imposible de obviar en el marco de las supuestas snuff movies, por ése aura maldita, negada e inclemente que la rodea. Poco se sabe de su director, Roger Michael Watkins. Antes de estigmatizarse con su primer largometraje, tenía algunos interesantes cortos y mediometrajes de ensayo en su haber. Según él mismo comentaría, la idea de realizar The Last House of Dead End Stret se la dio al director Nicholas Ray (Rebelde sin Causa) al comentarle su parecido con Charles Manson, cuyos asesinatos estaban en la cresta de la ola por aquel entonces. Watkins no sólo toma las riendas de la dirección, sino que actúa en el papel protagónico. Para ambos roles toma seudónimos, Victor Janos en el primero y Steven Morrison en el rol del desquisiado Terry Hawkins. La historia nos introduce en la vida de un resentido ex presidiario que acaba de cumplir su condena por cuestión de drogas y es puesto en libertad. Trabaja a desgano como empleado en una distribuidora cinematográfica, donde está harto de la rutina y del maltrato que recibe. Tiene un gran plan entre manos, con el que piensa cambiar su perdedora existencia y hacer temblar a la industria cinematográfica. Para concretar el ambicioso proyecto, se une a un amigo, que se dedica al porno de bajo presupuesto y lo convence de que esto será el Ciudadano Kane de las películas explícitas. Para tal fin, contratarán a dos prostitutas, asesinando a una de ellas frente a las cámaras. El grupo irá por más y se relacionará con un pervertido director y productor del ambiente del porno, junto a su esposa y amigos (cualquier semejanza con Polanski, Tate y su entorno no es pura coincidencia), a quienes le muestran el flamante piloto que acaban de realizar. Esos halagan la calidad del realismo de las imágenes, pero se burlan del desquisiado director cuando les confiesa que todo lo que allí se ve es real. Lo que vendrá luego es una descontrolada carnicería frente a las cámaras. Los promiscuos magnates cinematográficos serán sometidos a diferentes tipos de torturas y vejaciones, para ser brutalmente asesinados durante la filmación. Podríamos decir que The Last House of Dead End Street es la típica película setentera con look amateur de un director principiante. Pero también es válido aclarar que, en ocasiones, ya sea fruto de la casualidad o de ese mágico instinto autodidacta que suelen generar las óperas primas, la película maneja unos logrados cambios de clima, con imágenes de una enfermiza y sórdida melancolía, cierto aire experimental pesadillesco, inserts documentales y una angustiante banda sonora. Sin olvidarnos, por supuesto, del gore más explícito con el que se remata el film.

La película no logró superar el desmedido autobombo con que sus productores la promocionaron: “Más horripilante que Viernes 13 y Halloween juntas!”, “Hace que Texas Chainsaw Massacre se vea como Chucky!”, “Film de Culto”, entre otras exageraciones que no llegaron a convencer al escaso público que pudo verla por casualidad en algún doble programa, compartiendo cartel con engendros de la talla de “The Manson Massacre”. Watkins no quedó para nada satisfecho con el tratamiento que la película tuvo, sobre todo en lo referente al brutal recorte de su metraje original. Hasta pasados varios años no reconoció ser el autor y responsable de un film que, de olvidado y maldito, terminó finalmente siendo una preciada rareza entre fans y especialistas del horror. Por años Last House of Dead End Street se había transformado en “la película que casi nadie pudo ver”, pero gracias a varias compañías de video independiente este estigma fue revertido. El director continuó su carrera dirigiendo productos inclinados a lo erótico o porno, bajo diferentes seudónimos: Richard Mahler, Roger Watkins o Ray Hicks. Aún así, su filmografía continuó siendo tan oscura como en sus comienzos. En marzo del 2007 murió, dejando como legado el haber sido el creador de una de las películas pioneras del cinema veritè más sucio y enfermizo.

El furor por los snuff films se fue diluyendo, poco a poco, con la década del 70’. La industria pornográfica ampliaba su catálogo y dedicaba más producciones especializadas para los amantes del sexo bizarro y hardcore. Pero no pasó mucho más tiempo hasta que un fenómeno social, como fue el de los serial killers, hiciera su aparición y, con él, se renovaran los rumores de reaparición de los snuff films. Esta vez, el asunto no parecía oler a leyenda urbana; Se trataba de una especie de depredadores humanos que hacían realidad hasta las fantasías más aberrantes, habiendo adoptado, entre sus más variadas prácticas, la filmación de las mismas como complemento de sus inclinaciones vouyeristas y fetichistas. En 1960, una década antes de que se empezara a hablar de films snuff, fue estrenada una interesante película que hurgaba en las retorcidas fantasías de un psicópata; se titulaba Pepping Tom, de Michael Powell.

Cuenta la historia de un obsesivo y sádico vouyerista que filma a sus víctimas en el paroxismo del terror, para luego ser apuñaladas con el letal trípode de su cámara. Es muy probable que la figura de Harvey Murray Glatmann haya servido de inspiración al director para esta película. Desde su adolescencia, Glatmann fue un adicto a tendencias sexuales y prácticas retorcidas. Su forma de masturbación favorita era la acompañada de auto asfixia; seguirá ejercitando sus obsesivas fantasías de bondage, sadismo y estrangulación hasta la edad de 29 años, cuando decide hacer realidad sus depravados sueños. Simulando ser fotógrafo profesional, audicionaba modelos principiantes en su improvisado estudio fotográfico. Una vez allí, les pedía que posaran en ropa interior y en actitud insinuante, ya que el material sería usado en revistas pulp de terror y detectivescas, muy de moda a finales de los 50’s. En las producciones nunca faltaban cadenas, sogas o esposas, para dar el toque de sumisión que excitaba a Glatmann. Su aspecto de nerd le ayudaba a ganar la confianza de las jóvenes, que accedían a sus estrafalarios pedidos. Una vez que lograba ganar su confianza, las violaba a punta de pistola, mientras las fotografiaba aterrorizadas, para luego terminar ahorcándolas con alguna prenda y tiraba sus cuerpos al desierto.
 
Siguiendo este método, asesinó a tres mujeres. Cuando planeaba engrosar su álbum fotográfico con una cuarta víctima, ésta sorprendió a Glatmann siendo más ágil y más fuerte que las demás, pudiendo así escapar y dar parte a la policía. El fotógrafo sádico fue apresado en noviembre de 1958, juzgado y sentenciado a muerte, a lo que simplemente acotó: “Es mejor de esta manera”. Harvey Murray Glatmann no puede ser considerado un brillante y prolífico serial killer, pero sí un auténtico visionario y pionero en el arte del snuff, en este caso, fotográfico.
Una auténtica leyenda en el salón de la fama de los asesinos en serie es David Berkowitz, más conocido como “El Hijo de Sam” quien, entre julio de 1976 y 1977, durante 12 meses, sembró el pánico en la ciudad de New York, fusilando a mansalva con un revólver calibre 44 a parejas y ocasionales paseantes que transitaban por la zona del Central Park. Tras su detención, confesaría que cometía sus crímenes por orden del demonio, que se comunicaba a través de los ladridos del perro de su vecino, de nombre Sam. Al tiempo de ser encarcelado, comenzó a correr el rumor de que existirían filmaciones de sus crímenes y que estas cintas circulaban dentro de la Iglesia de Satán.

Algunos afirmarían, sin margen de duda, que la filmación del asesinato de Stacey Moskowitz, en 1977, en Brooklin, fue realizada por Berkowitz, con el objeto de vendérsela a un tal Roy Radin, empresario de Long Island, coleccionista de cine porno, al que le faltaba una snuff en su enorme catálogo. Se habla de diez copias de este asesinato, pero nunca apareció ninguna.
Pero si hubo un psycho killer que se ha pavoneado con el asunto de las conspiraciones satánicas y la mafia del snuff, ése es Henry Lee Lucas. Tuerto, bisexual y sádico, había asesinado a su madre en 1960. Tras pasar 10 años en la cárcel, sale en libertad y se convierte en vagabundo. Así conoce a quien sería su compinche en las sangrientas tropelías que iniciarían entre 1979 y 1982. Ottis Tool, drogadicto, alcóholico e imbécil, desde 1974 se dedicaba a asesinar y a violar hombres y mujeres de forma irracional e impune. Lo que se dice, el uno para el otro; la pareja ideal. Ambos recorren las carreteras de USA, asesinando a mansalva. Tool lo inicia en el canibalismo y en la necrofilia. Según cuenta Lucas al tiempo de ser detenido, Ottis lo llevó hasta Miami para conocer a un tal Don Meteric, uno de los líderes de la secta satánica “La Mano de La Muerte”. A partir de ese momento, cometen todos sus asesinatos al servicio de esta sociedad secreta, que practica la brujería, la antropofagia, el tráfico de niños, armas, drogas y realiza snuff movies. Tras su arresto, Lucas confiesa haber matado a más de 300 personas. A las autoridades les queda claro que la sanguinaria dupla Lucas-Tool había cometido un buen número de asesinatos, pero también tenían en claro la naturaleza fantasiosa y esquizofrénica con serios daños cerebrales de un genuino mentiroso compulsivo como Lucas. Sobre la supuesta secta “La Mano de la Muerte”, Henry escribió un libro, donde cuenta los pormenores de esta temible organización hermética y satánica, que se mueve en las sombras. Lo cierto, es que a no ser por un puñado de periodistas partidarios de las conspiraciones diabólicas, nadie tomó en serio las siniestras historias sobre este asunto.

Cuando la policía allanó el departamento de Jeffrey Dahmer, en julio de 1991, se vieron en medio de lo que sería la sucursal de un pequeño matadero privado, pero de restos humanos. El demencial inventario incluía una cabeza en el refrigerador, calaveras apiladas en el placard, partes de cuerpos en un barril plástico, penes y manos en recipientes Tupperware y una enfermiza colección de fotos polaroid, tomadas por Dahmer en diferentes etapas de muerte de sus víctimas. En una se veía la cabeza de un hombre con la carne intacta en la pileta; otra mostraba un torso abierto en canal, desde la garganta a la ingle y, entre lo más grotesco, se encontraba un esqueleto pulcramente blanqueado y colgado en el baño, que tenía manos, cabeza y pies intactos, destacándose entre los huesos impecables. Probablemente, con la idea de que era un artista, Dahmer colocó cuidadosamente los trozos de los cuerpos dispuestos sobre la cama, y paños, con el fin de fotografiarlos de la forma más estética posible, teniendo en cuenta su particular gusto.

Otro caso no tan resonante como el del carnicero de Milwakee fue el de un dúo de ex marines aficionados a las armas automáticas, la pornografía y el sadomasoquismo. A comienzo de los 80’s, Leonard Lake y Charles Ngs secuestraron al menos tres mujeres, a las que mantuvieron cautivas en un búnker subterráneo en Carolina del Norte. Las víctimas eran filmadas y sometidas a todo tipo de vejámenes sexuales, para luego ser asesinadas. A pesar de la posición oficial del FBI, negando la existencia de estas cintas para la distribución comercial, un investigador de la oficina fiscal del distrito de Carolina del Norte confirmó que las cintas estaban en poder de la agencia.

Para los especialistas en la materia, Richard Speck entraría en la selecta categoría de mass murder y no de serial killer, ya que su accionar fue asistemático y para nada metódico, careciendo de modus operandi alguno. En una sola noche de julio de 1966 asesinó a 9 mujeres, todas ellas jóvenes aspirantes a enfermeras. Sólo una, que se mantuvo refugiada bajo una cama mientras violaba y ultimaba a sus compañeras, pudo salvarse y denunciar el hecho, haciendo una minuciosa descripción de Speck, un sujeto llamativamente desagradable. El criminal fue apresado, juzgado y condenado a muerte. Al poco tiempo, esta pena fue abolida, dándole la máxima pena de reclusión perpetua, unos 400 años, de los que llegó a cumplir sólo 19, hasta su muerte en prisión, de un ataque cardíaco, en 1991.

En 1995 aparece un escandaloso video clandestino, filmado en la prisión de Stateville, en 1988, en donde se encontraba detenido Speck, en el que lo mostraba en la promiscua y sórdida intimidad de su celda; un documento que, lejos de considerarse snuff, es digno de mención por lo grotesco y decadente de su protagonista y el ambiente de clandestinidad del mismo. Allí se puede ver a Speck con el cabello ordinariamente teñido de rubio, junto a su joven amante negro, aspirando cocaína, bromeando sobre sus crímenes y las víctimas, confesando lo mucho que disfruta el ser penetrado por otro hombre y lo realmente beneficiosa que es su estadía en prisión. El momento más perverso del video es cuando Speck, inducido por el camarógrafo, se quita sus ropas, mostrando su maltrecho físico, vestido con una bombacha azul y exhibiendo, orgulloso, un par de flamantes prótesis mamarias, para terminar con una fellatio a su compañero.
Los casos citados son un claro ejemplo de que para los asesinos en serie, el tema del snuff era un mito que se podía derribar y transformar en realidad muy fácilmente aunque siendo, para ellos, un simple pasatiempo a su verdadera motivación: matar. Pero volvamos al rubro que nos incumbe, el cine.
Desde la lejana tierra del sol naciente haría su arribo, a principios de los 90’s a Occidente una oscura saga de enfermizas e intolerables películas, que sacudirían los cimientos del, por entonces, desgastado y poco convincente género del gore. Se las conocería como “Guinea Pig” y serían, por algún tiempo, la preciada joya de los consumidores y adeptos al cine más extremo y brutal. “Es la pura encarnación del exceso, la exploración minuciosa y complacida de la carne, la hipérbole última de la violencia. Guinea Pig explora de un modo aparentemente gratuito la extraña atracción del hombre hacia los misterios de la carne y los secretos de lo orgánico. No parece existir ninguna muerte anterior de violencia cinematográfica suficientemente prolija como para ser considerada un precedente. Ante tal prodigio de carnicería resulta harto difícil vislumbrar la intención última de sus creadores. El origen culturalmente remoto de la serie, todavía turbio para el espectador occidental, dificulta en gran manera la solución a esta cuestión. Sólo podemos intuir alguna de las claves que se esconden detrás de esta obra, verdaderamente inclasificable, el por qué de sus excesos incontrolados, la naturaleza misma de lo atroz”.

Con estas acertadas y poéticas palabras se refería, en aquel entonces, el joven editor del fanzine Sceneshock, Jaume Banagueró, hoy exitoso director, sobre la aparición de la polémica saga nipona de gore extremo, Guinea Pig. La piedra lanzada desde algún punto de Japón cayó sorpresivamente en Occidente para causar un escándalo tan grande como inútil, poniendo de manifiesto, una vez más, que a estupidez humana carece de límites. La clandestinidad inusitada y desconcertante, casi mitológica, con que esta saga de gore oriental irrumpe en el mercado occidental fue el embrión de una innecesaria y  ridícula caza de brujas, que sólo logró cimentar y elevar más aún el grado de culto morboso que la cinta venía arrastrando, a través de una precaria e improvisada distribución, basada en el mano en mano, por parte de los buscadores del material más insano y enfermizo. Las constantes y repetidas copias en VHS que circulaban por el circuito pirata, sin subtitular, desgastaba paulatinamente la calidad del material original, lo que aumentaba aún más el nivel de remota producción underground de anonimato sospechoso; esto sumado a los convincentes efectos especiales en materia de desmembramiento, mostrados con una exasperante y explícita parsimonia que hiela la sangre y retuerce el estómago hicieron desembocar en la indefectible etiqueta que demonizaría al film, catalogándolo erróneamente de auténtico snuff. El escándalo, como no podía ser de otra forma, tuvo que explotar en los conservadores EEUU, agitado por un metiche actorzuelo de dudosa reputación, Charlie Sheen, quien, tras ver con uno de los capítulos de la saga en una fiesta con sus amigotes, corrió asqueado e indignado a hacer una encendida denuncia a la Motion Pictures Asociation of America, quienes, aportando más idiotez y confusión al asunto, pidieron al FBI que se encargara de investigar estos films, donde ceremoniosos señores de ojos rasgados despedazaban señoritas frente a la cámara.

Según una de las tantas versiones que rodean al caso, la investigación llegaría hasta el hoy desaparecido Chas Ballum, columnista estrella de publicaciones de la talla de Fangoria y GoreZone, escritor de varias novelas y guías indispensables para todo horror fan, como Gore Score y Horror Holocaust. Además de editor de su propio fanzine, Deep Red, y acérrimo defensor del gore más extremo.

Ballum, desde su catálogo, se dedicaba a distribuir, entre otras rarezas del género, la saga Guinea Pig. Obviamente, ante la ineptitud de los agentes federales, éste no hizo más que explicar que se trataba de una convincente película de género gore, y no de una auténtica snuff, existiendo, además, un making-of que así lo corroboraba.
Años después del bochorno, Ballum contaría cómo se originó realmente esta imparable cadena de confusión y escándalo alrededor de una ignota película. Un colaborador de Deep Red le pidió, como regalo de cumpleaños, un video compilando las escenas más sangrientas jamás filmadas, a lo que el editor respondió enviándole una copia que contenía Flower of Flesh and Blood, nombre que da título a la piedra de la discordia. Lo que debía ser un regalo de cumpleaños privado, pronto empezó a circular entre gente ajena al underground, incluyendo a algunos que creyeron que se trataba de una auténtica snuff. Pero, en realidad, lo único que hizo Guinea Pig fue trasladar un escándalo de un confín del planeta a otro, ya que en Japón dejaba un legado de muerte y horror, provocado por su influencia.
Tsutomu Miyazaki:
Nació el 21 de agosto de 1962 con una deformación en las manos, sus muñecas no se movían libremente. Las burlas de sus compañeros de colegio primero y de la escuela superior después le impidieron cursar estudios universitarios, TM arrastraba un gran complejo que le alejaba de las personas. En 1983 comenzó a trabajar en un local de revelado fotográfico.

Desde niño no tuvo la suficiente atención de su padre que estaba volcado totalmente en el trabajo, la relación con su madre estaba marcada por los regalos que ésta le hacía en compensación, sus dos hermanas apenas le soportaban y solo con su abuelo tenía una relación cariñosa. Desde luego no era el centro de atención en casa donde pasaba las horas encerrado en su habitación leyendo manga, le gustaba salir para hacer fotos a las jovencitas y niñas mientras practicaban deporte.
En mayo de 1988 fallece el abuelo de Tsutomu, con él desaparecen las relaciones humanas y nacen los primeros episodios de violencia física hacia su madre y sus hermanas. En agosto Tsutomu Miyazaki paseaba en su Nissan regalo de mamá cuando se cruzó con Mari Konno, una niña de cuatro años que caminaba sola. La convenció para subir al auto, la llevó a un cerro cercano y la estranguló. La hizo varias fotografías pero no abusó sexualmente de ella...
En 1989 TM rondaba con su Nissan, se topó con dos hermanas, convenció a la pequeña para que subiera al coche, la mayor salió corriendo a avisar a su padre que encontró cerca de allí al criminal fotografiando a su hija semidesnuda, lo golpeó pero TM consiguió huir corriendo. Ese mismo día Miyazaki vuelve a recoger el coche. Un gran número de policías lo esperaban.

 Cuando los investigadores se presentaron en la habitación de TM para realizar el primer registro encontraron casi 6000 películas de anime, pornografía y gore, entre éstas las cinco primeras cintas de la serie denominada Guinea Pig, una ingente cantidad de fotografías de niñas desnudas vivas y muertas y cientos de tomos de manga.
Miyazaki confesó a la policía que comió alguna parte del cadáver de su abuelo y que sus crímenes estaban inspirados en la película “Flower Of Flesh And Blood”, segunda entrega (1985) de la serie de Guinea Pig.
La oda al desmembramiento y la mutilación que fue Flower of Flesh and Blood, el capítula más controvertido de la saga Guinea Pig proviene de la mente de un talentosísimo y exitoso dibujante de manga, dedicado al género del horror, llamado Hideshi Hino, creador de inquitantes títulos, como “El Niño Gusano” o “Panorama Infernal”.
          
De pequeño, el sueño de Hino era ser director cinematográfico, pero su economía no le permitía comprar una cámara de 8 mm con la cual dar sus primeros pasos. Descubrió que podía contar las mismas historias dibujando, y así nació su afición al manga. Muchísimos años después cumpliría su sueño; sería el guionista, director y actor (protagonizando al sádico samurai) de los 46 minutos más enfermizos e insoportables captados por una cámara. Hino recuerda cómo fue el inicio de la cruenta saga: “No había presupuesto para hacer las películas. Yo quería una historia con principio, nudo y desenlace, pero el productor tenía como condición principal el tema económico. No había dinero para hacerlas, ni siquiera para poder utilizar un argumento al uso; debía limitarme a poner una cámara. Conocía el rumor de la existencia del cine snuff y al inicio del filme un texto mío predecía que el uso masivo de la cámaras de video domésticas, entonces en plena expansión en Japón, ayudaría a que que en un futuro no muy lejano se produjesen asesinatos grabados con cámara de vídeo. La película simula ser eso, una grabación snuff en ocho milímetros enviada por un fan de mis mangas. Al final, tras los títulos de crédito, aparecía en pantalla una advertencia donde indicaba que lo visto no era real, pero muchos no se percataron de ello. Dos años más tarde ocurrió el Caso Miyazaki, que resultó ser lo que predije: un asesinato grabado en vivo con cámara de vídeo”.
Han pasado ya 23 años desde la aparición de aquellas cintas que shockearon y escandalizaron a la comunidad cinematográfica independiente. En la actualidad, Guinea Pig ha pasado a la categoría de clásico infaltable en cualquier videoteca de un buen gore fan que se precie de serlo. Puede que hoy se mire con ojos de superación y hasta con cierta nostalgia naif, por la adrenalina perdida en aquellas interminables horas de visionado y de debates sobre su presunta autenticidad. A pesar del paso del tiempo, marcó el límite de quienes se aventuraron a cruzar la frontera de lo aceptable, a explorar sin pudor los terrenos vírgenes de la violencia de consumo. Hay quienes intentan superar esa marca, en una versión occidental del tema, olvidando que la versión oriental de la existencia misma, de la vida y de la muerte, es abismalmente diferente, y no precisamente por sus ojos rasgados. Tal es el caso de August Underground (Fred Voguell, 2003), donde una catarata de depravaciones de toda índole y especie, compiten entre sí por llegar a ninguna parte. Sin embargo, la película cuenta con dos secuelas tan extremas como exitosas. ¿Será que estas películas son algo así como una especie de premio consuelo para aquellos que esperan ansiosos, como los niños, que no reniegan de creer en los Reyes Magos, que algún día aparecerá una auténtica snuff para exhibir orgullosos en su colección? Se dice que la esperanza es lo último que se pierde, y que el que busca encuentra. Puede que haya algo de cierto en estas frases, pero cuidado, amigos, no se desesperen, no sea que de tanto buscar terminen protagonizando una…

Marcelo Pocavida.

Otros títulos relativos al género:
·        Videodrome (David Cronenberg, 1983)
·        Henry, Portrait of a Serial Killer (John McNaughton, 1986)
·        Man Bites Dog (Remy Belvaux, 1992)
·        Tesis (Alejandro Amenábar, 1997)
·        8mm (Joel Schumacher, 1999)
·        Snuff 2000 (Borja Crespo, 2004)
Bonus Tracks:
La muerte en directo, cuando la realidad supera a la ficción.





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