El 15 de julio de 1973 dio comienzo el rodaje de la más bizarra y salvaje historia jamás concebida y filmada. Un equipo de veinte personas, entre personal técnico y actores se trasladaron a una granja (hoy lugar de visita turístico) en un aislado pueblo texano, llamado Round Rock. Las inclemencias del clima de la región se hicieron sentir despiadadamente sobre los recién llegados, dándoles, literalmente, una calurosa bienvenida. El calor era realmente abrasador e insoportable. El verdadero horror se viviría detrás de cámara y, es muy probable que la presión, bajo condiciones de trabajo tan precarias, desgastantes e insalubres, se tradujera en el demencial y opresivo clima que se respira minuto a minuto en el film. “Las luces comenzaron a derretir la grasa de los huesos y la carne que había sobre los platos comenzó a pudrirse. Todo el equipo se descompuso y se pusieron a vomitar fuera del set”, declaraciones éstas de Jim Siedow, el “cocinero”. Dottie Pearl, la encargada del maquillaje, tampoco guardaba muy buenos recuerdos de la experiencia: “Horrible, realmente horrible. Humedad, sol abrasador, bichos de todo tipo, un baño para todo el mundo, una docena de personas haciendo el trabajo de cincuenta, jornadas de 22 horas con una sola comida”. Bob Burns, director artístico fue, sin duda, el responsable de crear el ambiente enfermizo y malsano del interior de aquella vieja granja, convertida en matadero donde viven los carniceros psicópatas. El estilo de decoración, heredado del maestro del bricolaje necrófilo, Ed Gein, fue de evidente inspiración a la hora de montar el grotesco escenario. Para ello se necesitaron cantidad de huesos de toda especie. Burns, personalmente, se internó en el desierto bajo el implacable sol texano, en busca de osamentas: “Eran montañas de huesos de animales que ni se molestaban en enterrar. Había de todo; vacas, caballos, oveja y hasta
monos”, recuerda Dottie Peal, quien acompañaba a Burns en estas tétricas excursiones.
Luego de volver exhaustos y cansados, llenos de bolsas de huesos al set, Hooper decidió finalmente no utilizar tanto material de ese tipo, y debieron quemarlo. Pearl confiesa que, en aquella ocasión, le comentó a Burns un sentimiento más que genuino de lo que allí se estaba viviendo: “esto es enfermo, estamos trabajando en una película enferma y nos estamos convirtiendo en enfermos”. Una apreciación más que acertada y sincera, a juzgar por el resultado final del film. Burns recuerda cómo nació la mítica escena del armadillo para la película: “La primera mañana del rodaje encontramos el cadáver putrefacto de un perro que yacía en la carretera y lo filmamos. El último día encontramos un caballo muerto, con moscas y todo, pero a Tob y al cámara les dio tanto asco que ni lo rodaron. Hubiera sido un gran plano para empezar la película”. Aunque hay que admitir que la escena de aquel armadillo patas para arriba, al costado de la carretera y a pleno rayo del sol es una de las escenas más áridas y sofocantes, que se pudiera elegir como prólogo a la demencia que vendrá. El clima áspero y tenso de las jornadas de rodaje comenzó a hacerse notar en la relación entre los actores. Parece ser que Marilyn Burns, la protagonista femenina, entabló algo más que una buena relación con el texano capitalista de la película, Bill Parsley, quien la cubría de atenciones en su Cadillac con aire acondicionado, mientras el resto del equipo se fría al rayo del sol, entre esqueletos y carne podrida. Ed Neil, “el autoestopista”, recuerda la antipatía que se había ganado la joven y, que en aquellas condiciones límites, se estaba tornando peligrosa: “hubo más de una persona que nos disuadió de matarla”. A pesar de todo, el trabajo de
la actriz fue impecable y superó con creces lo imaginado.
Como bien lo resalta un acérrimo fanático, hasta la médula, del film, el desaparecido Chas Balum “no se escuchaba una gritona tan grande y convincente en la historia del cine desde Fay Wray en la versión original de King Kong de 1933”. Finalmente, y luego de 35 interminables días, llegó la ansiada última semana del rodaje, en la que, supuestamente, aquel calvario terminaría. Para el final dejaron la insoportable, demencial y ya mítica escena de la cena con los mongoloides
carniceros, babeándose junto a su desencajada víctima.
Todo lo vivido semanas anteriores fue como un perverso juego de niños, comparado con el verdadero infierno que se avecinaba en esa jornada. Veintisiete horas de tortura psicológica y física para técnicos, asistentes y actores. Encerrados todos en una habitación, cercados por potentes luces que iban calentando más y más el ambiente, tornándolo insoportable e irrespirable, más aún teniendo en cuenta que la carne se descomponía ya de por sí, por acción de la temperatura natural reinante, emanando un olor putrefacto y nauseabundo, que descomponía a más de uno del equipo. “Algunos tenían que salir afuera para vomitar. Después volvían a entrar”, recuerda el hoy mítico Gunnar Hansen, quien hizo
el papel del temible Leatherface.
Tras la traumática experiencia, la filmación llegó a su fin. Ahora venía el trabajo de post producción, con el que se le daría forma definitiva a la creación. Luego de un par de meses de montaje se pasó a la fase de sonido. Hooper metió mano directamente allí, ya que tenía algunas nociones musicales. El resultado final fue enfermizo, único y espeluznante. “Hicimos toda la música en una habitación minúscula, a base de métodos muy caseros, como magnetófonos de mano, por ejemplo. Mezclamos toda clase de sonidos: violines, banjos, tubas. Creamos ecos de la forma más rudimentaria posible: pasando el sonido de un grabador a otro. Experimentamos todo lo que se nos ocurrió”. El trabajo final fue pulido por un experto en la materia, Ted Nicolau, que había trabajado como mezclador de sonido nada menos que para “El Exorcista”. El siguiente paso fue mezclar los 16 milímetros originales en 35 milímetros, para así conseguir la atención comercial de las distribuidoras. En realidad a nadie le interesaba aquel desmadre pesadillesco, a manos de un director desconocido. Sin embargo, un tipo que chequeaba el resultado final del traspaso de la copia original a 35 milímetros y trabajaba en unos olvidados laboratorios de Hollywood les dijo una frase célebre a los responsables del film: “Hay un montón de personas enfermas en el mundo, y todas ellas van a ir a ver esta película. Muchachos, van a hacer un montón de dinero”. Para que aquella acertada y premonitoria predicción se hiciera realidad, pasó un tiempo considerable con la película rodando por infinidad de distribuidoras, que no daban un peso por ella o, si lo hacían, ni se llegaban a cubrir los gastos invertidos. Finalmente, dieron con unos mafiosos metidos en el negocio del porno, que se habían hecho ricos con la distribución del clásico “Garganta Profunda” y a los que se les endilgaba la misteriosa muerte de Bruce Lee, quienes se interesaron en la compra del film, para incluirlo en el catálogo de una nueva productora que habían inaugurado, fuera del mercado del porno, y que no era otra cosa que un lavadero de dinero. Compraron la película por u$s 225.000, más el 35% de los beneficios que recaudara a nivel mundial. Pronto la película, los primeros meses tras su estreno, se transformó en un éxito de taquilla inusitado, sobre todo en la programación de trasnoche. Pero la cosa no quedó allí. Los derechos de explotación en video fueron de u$s 200.000, la cantidad más alta, hasta la fecha, que se había pagado por una película independiente. The Texas Chainsaw Massacre, increíblemente dejó, económicamente, en sus creadores, un sabor amargo, plagado de juicios, contrajuicios, pleitos, acciones legales y muchas cuentas oscuras. Pero esa es una parte ínfima e insignificante, comparada con el culto y la irrepetible escuela que el film generó desde su concepción. Como muy bien alguien la definió, sin exagerar, es “Lo que el Viento se Llevó” de las películas de horror. “Todavía, al día de hoy, cada vez que mirás The Texas Cjainsaw Massacre, te das cuenta del tiempo que desperdiciaste en oscuras salas de cine, esperando ver eso nuevamente. Y eso es algo bueno. Nadie lo ha hecho mejor”, Chas Balum (1948 - 2009).
Nunca voy a olvidar la ansiedad y el nerviosismo que me invadieron la primera vez que, por fin, iba a ver aquel film oscuro y prohibido. Sabía de su existencia, con solo algunos datos muy escuetos. Y sólo había visto unos escasos minutos de algunas escenas en una película que recopilaba clásicos del cine de terror, y que aquí se estrenó con el título de “Terror en los Pasillos”, presentada por Dolnald Pleasense. Cuando vi aquellas fugaces escenas quedé atornillado a la butaca y sentí la misma sensación que cuando iba a las funciones en el cine teatro Premier, de la calle Corrientes, donde se proyectaban videos de rock, y pasaba horas allí sólo para ver pocos minutos de mis ídolos, Kiss y Alice Cooper. Fue en el año ’86 que conseguí una copia del film, grabada en VHS, a través de un comisario de a bordo de Aerolíneas Argentinas. Cuando supe que me la prestaría no dudé en viajar en un taxi hasta el barrio de Flores para hacerme de aquel tesoro prohibido. Aquel día hice un esfuerzo sobrehumano, pero esperé hasta la noche para verla. Sabía que la copia era en inglés, sin subtítulos, pero eso poco me importaba. Cuando presioné PLAY en la videocassettera y esa sugestiva voz en off, junto con el relato impreso al mejor estilo documental que nos introducía en parte del horror a venir, ya me di cuenta de que nada volvería a ser igual para mí, en la concepción que tenía de una película de terror. La textura de la filmación, aquellos actores totalmente ignotos y desconocidos y la montaña rusa sin freno ni destino final en la que se va transformando la demencial trama superó todo lo imaginable y entendible en ese sentido para mí. Todo me parecía demasiado horroroso y extremo, pero a la vez poco claro y comprensible. Y eso ayudaba a que el terror se hiciera aún más intenso. Desde aquel día adopté a The Texas Chainsaw Massacre como mi película favorita y de cabecera y estoy seguro que he hecho una acertada elección, ya que nadie ha podido destronarla del lugar de privilegio que le otorgué en mi vida.
FUENTES:
“Sangre, Sudor y Vísceras: Historia del Cine Gore”, Manuel Valencia y Eduardo Guillot.
“La Matanza de Texas: La Sierra es la Familia”, Manuel Romo
“Horror Holocaust”, Chas Balum
“Texas Chainsaw Massacre Fan Club”, http://www.tcmfanclub.com/
“Gunnar Hansen Official Website”, http://www.gunnarhansen.com/